Los pueblos se detestan.
Los individuos se detestan.
Ya no respetan nada, ni siquiera al vencido que yace en la tierra, ni a la mujer que implora, ni a Los niños de ojos abiertos a los sueños.
Ha muerto el soñar.
Solo vive la bestia, la bestia salvaje que pisotea a los tímidos y a Los fuertes, a Los inocentes y a los culpables.
Todo titubea, el armazón de los Estados, las leyes de las relaciones sociales, el respeto a la palabra.
Los hombres que antes, creaban la riqueza en un esfuerzo redoblado, se enfrentan ahora como fieras desencadenadas.
Mentir es sólo una forma más de ser hábil.
El honor ha perdido su sentido, el honor del juramento, el honor de servir, el honor de morir. Los que permanecen fieles a estos viejos ritos hacen sonreír a los demás.
La virtud ha olvidado su dulce murmullo de manantial. Las sonrisas no son ya confesiones del amor sino reticencias, estafas o rictus.
Se asfixian las almas. El denso aire está cargado de todas las abdicaciones del espíritu.