Lo asombroso, no obstante, es que se hubieran podido concebir esperanzas de una paz negociada después de haber asistido a la campaña antialemana fabricada en la prensa internacional y de haber constatado quiénes y de qué manera habían empujado a Estados Unidos a la guerra contra Alemania. Incluso Stalin declaró que el Tratado de Versalles fue “un dictado de odio y de latrocinio.”
En París se adoptó un sistema de funcionamiento estructurado en tres niveles. El primero de ellos era la conferencia pública, celebrada a la vista de todos, que se mostraba al enjambre de periodistas de todo el mundo que habían acudido para cubrir extensamente los actos y toda la parafernalia escenificada abiertamente. El segundo nivel eran las conferencias secretas de los presidentes aliados, los políticos cooptados, que se reunían privadamente y comparaban las notas y las instrucciones que les pasaban sus amos ocultos. El tercer nivel era el de las conferencias nocturnas de los líderes judíos y sus buenos masones, conocidas sólo por un grupo selecto de escogidos, en donde se discutían y tomaban las decisiones de la verdadera agenda.