Esta indestructible creencia, así como la historia de este antiguo pueblo lo demuestra ampliamente en sus hechos, ello debería permitir la reflexión de nuestros espíritus tan occidentales, ya que efectivamente aquí tenemos la prueba formal de que son las civilizaciones las que mueren víctimas de la impiedad y ceguera de los que las han creado, y ello desde el momento en que se apartaron, privándose de su dios. Debemos impregnarnos de esta verdad fundamental, ya que sea lo que fuere lo que el hombre aborde en la tierra, jamás modificará el ritmo eterno de la creación. Sólo podrá cambiarse a sí mismo a través de una serie de mutaciones tan desagradables unas como otras y solamente debidas a la única voluntad de destruirse a sí mismo. La humanidad ha olvidado su origen y es como cualquier mueble incapaz de reconocer el bosque de donde procede.
Lo más sorprendente de todo esto fue el enorme interés provocado por las investigaciones desarrolladas después de la temprana muerte del joven Champollion. A pesar de las numerosas advertencias de los más eminentes miembros de las sabias sociedades internacionales, los egiptólogos de renombre, decenio tras decenio y aun actualmente, han mantenido el antiguo monoteísmo egipcio como un politeísmo idólatra, zoólatra y bárbaro a pesar de las evidencias.