Sin embargo, tardé en darme cuenta de la importancia de la frontera histórica trazada por la emigración masiva de los judíos de la Unión Soviética, que había comenzado en la década de 1970 (exactamente 200 años después de la aparición de los judíos en Rusia) y que en 1987 ya no tenía restricciones. Esta frontera había sido abolida, de modo que, por primera vez, el estatus no voluntario de los judíos rusos dejó de ser un hecho: ya no deben vivir aquí; Israel les espera; todos los países del mundo están abiertos a ellos. Este claro límite cambió mi intención de mantener la narración hasta mediados de los años noventa, porque el mensaje del libro ya se había cumplido: la singularidad del entrelazamiento ruso-judío desapareció en el momento del nuevo Éxodo.
Ahora comenzaba un periodo totalmente nuevo en la historia de la judería rusa ya libre y sus relaciones con la nueva Rusia. Este periodo comenzó con cambios rápidos y esenciales, pero aún es demasiado pronto para predecir sus resultados a largo plazo y juzgar si su peculiar carácter ruso-judío perseverará o será suplantado por las leyes universales de la diáspora judía. Seguir la evolución de este nuevo desarrollo va más allá del tiempo de vida de este autor.