Pierre Vidal-Naquet y Léon Poliakov, dos historiadores judíos, son los progenitores de la declaración de fe impuesta universalmente. En ella se dice lo siguiente: “No es preciso preguntarse cómo ha sido posible técnicamente tal muerte en masa. Ha sido posible porque ha tenido lugar. Éste es el punto de partida obligatorio de cualquier investigación histórica sobre el particular. Esta verdad es la que nos corresponde recordar simplemente. No puede debatirse la existencia de las cámaras de gas.”
Establecido este axioma, negar la existencia de las cámaras de gas y poner en duda el mito del Holocausto constituye un crimen de pensamiento, un delito tipificado en los códigos penales de numerosos países. Los medios de comunicación de masas de todo el mundo, siempre sumisos, se encargan de desacreditar y rechazar los trabajos de contenido revisionista. Sistemáticamente, sus autores acaban siendo denigrados y encarcelados por odio racial o antisemitismo. Para acabar de cerrar la mordaza a los críticos en las universidades de EE.UU., el 11 de diciembre de 2019 el presidente Trump firmó una orden ejecutiva que prohíbe criticar a Israel y a los judíos. Un alto cargo de la Casa Blanca explicó que la nueva medida interpretará el judaísmo como una nacionalidad y no sólo como una religión.