No se trata solo de un concepto religioso, o de una creencia en el advenimiento de un mundo mejor, obra de Dios en un lejano futuro, sino de un principio rector que determina el compromiso y el quehacer de los judíos en su vida cotidiana. En efecto, los judíos, a través de su trabajo, sus acciones y su implicación en la política, obran cada día para la construcción de la “Paz”.
En ese mundo perfecto que construyen, todos los conflictos habrán definitivamente desaparecido de la faz de la tierra, y, en primer lugar, los conflictos entre naciones. Es por esta razón que, allá donde estén, los judíos militan incansablemente a favor de la abolición de las fronteras y de la disolución de las identidades nacionales. Las naciones son supuestamente generadoras de guerras y de desórdenes, por lo que deben ser debilitadas y finalmente suprimidas en favor de un gobierno mundial, único capaz de garantizar la felicidad y la prosperidad sobre la tierra.
Esta idea se encuentra, más o menos desarrollada, tanto en los escritos de intelectuales marxistas-desde Karl Marx a Jacques Derrida- como en los discursos de pensadores liberales como Karl Popper, Milton Friedman, Alain Minc o Guy Sorman. El objetivo es unificar el mundo por todos los medios y nivelar todas las diferencias culturales, supuestamente fuentes generadoras de conflictos. Este es el objetivo por el que intelectuales judíos de todo el mundo trabajan sin descanso. Que sean de izquierda o de derecha, marxistas o liberales, creyentes o ateos, sionistas o “perfectamente integrados”, ellos son los más fervientes partidarios del imperio global.
Son también, naturalmente, los mejores propagandistas de la sociedad plural y del mestizaje planetario. Así, vemos como los judíos han alentado siempre la inmigración en todos los países donde se instalaron, no solamente porque la sociedad multicultural corresponde a su proyecto político-religioso, sino también porque la resultante disolución de la identidad nacional los protege de un posible sobresalto nacionalista contra el poder que consiguieron, especialmente en las finanzas, en la política y en el sistema mediático. Todos los intelectuales judíos, sin excepciones, se focalizan en la cuestión de la sociedad “plural” y ejercen una “vigilancia antirracista” constante, más allá de sus divergencias políticas.