La estructura de la sociedad moderna, con su superpoblación, ha desarrollado como consecuencia la idolatría del poder. El becerro de oro ha sido bajado de su pedestal y se ha convertido en un emblema secundario. El oro, la riqueza y todas las partes del simbólico animal sagrado del Capitalismo pueden ser repartidas, distribuidas o vendidas por cualquiera que tenga el poder de hacerlo, como si se tratara de carne en una carnicería. La Iglesia pretende alcanzar el poder mediante el control del alma humana, el marxista mediante la autocracia y la omnipotencia de los medios materiales, el banquero mediante su oro o teniendo en su mano el control de la Prensa, el bolchevique mediante la pura brutalidad de la metralleta. Pero todos los partidos, grupos, sectas, democracias, dictaduras e iglesias tienen algo en común: todos quieren el poder. Y esto es bastante comprensible, ya que el poder a menudo parece ser absoluto, más incluso que todo el oro de Fort Knox. Porque si ese oro se repartiera equitativamente entre todos los habitantes de la Tierra, la cuota per cápita sería tan pequeña que apenas valdría nada.