Naboth Dan, que sentía en las corrientes de su sangre la indeleble vocación sacerdotal, se dejó de literatura y hábilmente deformó el corazón de los niños. Creó una religión con oraciones, mandamientos y catecismo; y para hacerla más accesible y grata a las imaginaciones infantiles, hizo de ella una contrafigura de la Ley de Dios. Contra cada mandamiento que imponía un precepto de amor o una virtud, se pregonaba un deleite o se daba un consejo de odio, camino infinitamente más fácil de seguir.
Del lado de Dios estaba el sacrificio. Del lado del diablo el placer y toda la libertad imaginable de los peores instintos.