Comprender y aceptar por fin esta cruda realidad nos permite reevaluar la locura globalista de los últimos 50 años y prepararnos para la verdadera batalla por la supervivencia que nos espera.
Hasta que los estadounidenses no estén finalmente dispuestos a reconocer que el frenesí anticomunista al que tantos han dedicado sus energías estaba, de hecho, tan mal dirigido y fracasado, no tiene sentido continuar la lucha. Durante generaciones luchamos contra enemigos percibidos en el extranjero, pero el verdadero enemigo estaba aquí en casa, infiltrándose y apoderándose de los rangos superiores del aparato de seguridad nacional e inteligencia estadounidense.
Como ponen de manifiesto las pruebas presentadas en este libro, la amenaza soviética, por grande que fuera en su momento, ha entrado claramente en una espiral descendente en las últimas décadas, disminuyendo su fuerza.
Sin embargo, las fuerzas neoconservadoras, deseosas de explotar el temor al poder soviético para poner en práctica su propia agenda, han exagerado tanto el poder militar como las intenciones soviéticas. Y hay que decir, con razón, que la base de la agenda neoconservadora -desde el principio- no era sólo la seguridad, sino también el avance imperial del Estado de Israel.